martes, marzo 18, 2008

Como se acaba mi estancia en Caracas, me he animado a contar aquí algunas cosillas que la han hecho especial o por lo menos diferente a las anteriores.
Después de cuatro años viniendo, y con estancias más o menos prolongadas (dos meses de media), esta ciudad, o más bien la forma de movernos por ella, empezaba a ser algo repetitiva. Hay que decir a nuestro favor (de Ramón y mío), que existe poquísima información de lugares curiosos, de actividades culturales, de restaurantes peculiares, etc. También se habla mucho de la inseguridad y eso, a veces, coarta un poco a la hora de lanzarse a conocer espacios nuevos.
Pero a lo que iba, esta vez ha sido diferente y creo que gracias a dos hechos casuales: uno, el contacto más próximo (pues Ramón le conocía desde el principio) con Iñaki, un paisano que lleva mucho tiempo viviendo en Caracas y que, como buen vasco, le gusta comer y beber bien. Él y su pareja, venezolana de pura cepa, se han convertido en un punto de información excelente (y que esto se entienda en el sentido más cariñoso).
Con ellos, y gracias a ellos, fuimos al único concierto de salsa (al estilo clásico, tipo Celia Cruz) que yo he visto en mi vida. Fue en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela que tiene un auditorio realmente espectacular, es famoso pues del techo y las paredes cuelgan las Nubes Acústicas de Alexander Calder (escultor americano famoso por sus móviles del que hay algunas muestras en la Fundación Miró de Barcelona) las cuales cumplen, como es obvio, con la función de proporcionar una acústica excelente. El concierto fue muy divertido pues a pesar de que estaba prohibido (¡qué absurdo estando en Caracas!) la gente bailó y cantó todo lo que quiso con Willie Colón, un clásico de la salsa muy conocido por estos lares pero que yo, un poco novata en este palo, no tenía el gusto de conocer.










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1 comentario:

Anónimo dijo...

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