Estas son las fotos que ilustran la aventurilla del fin de semana que cuento más abajo.
Llevo varios días encerrada en casa engullendo y procesando un trabajo, lo estoy haciendo en plan intensivo porque la semana que viene me voy a Venezuela diez días. Era un viaje previsto para ayudar a Ramón a desmontar la casa, pues teóricamente se volvía ya, pero al final ha habido cambio de planes (en realidad es que nunca hubo ningún plan) y se queda hasta pasado el verano. Tengo la suerte de que es un billete barato, de esos que no se pueden cambiar ni devolver, así que me voy de paseo.
Por fin ya hemos decidido dónde pasamos el verano y será en el Caribe, posiblemente Cuba y algún destino de Venezuela. Supongo que será el último durante bastante tiempo pues la zona la tenemos bastante pateada, volada, nadada, comida, bebida, etc.
Antes de ponerme a trabajar quiero contar una aventurilla de este fin de semana (las fotos, como siempre, están donde no deben, antes del cuento):
Me llevé a Awa y Carmen a Calzada de Calatrava, el pueblo donde vive Cuchi (mi sobrina), para que sus padres opositores pudieran estudiar. El caso es que se celebraba el Corpus y en este pueblo lo hacen de una forma curiosa. Cada familia, o cofradía del pueblo monta, desde primeras horas de la mañana, una especie de altarcillo en la calle. Utilizan en la decoración pétalos de rosa, piedras de sal teñidas de colores, plantas, a la vez que despliegan toda su imaginación religiosa para que su altarcillo, que lo verá todo el pueblo, sea el más bonito. Yo desde la ventana de casa veía 3 ó 4 de ellos y a las señoras sentadas al lado custodiándolos.
A la hora de la procesión, que pasa por todos los altarcillos bendiciéndolos, estaban los niños vestidos de comunión, todos y todas los habitantes del pueblo, vestidos con sus mejores y últimos (ellas) modelos y yo, con cuatro niños vestidos de chandal, mirando. La procesión salió, con su banda de música y su de todo, pero cuando llevaba caminados 100 m. se desató una tormenta de aire primero y lluvia después, que en cinco minutos acabó con todos los decorados, con los modelitos, que tuvieron que salir corriendo a refugiarse en los bares (¡qué suerte para algunos!), las bendiciones y el himno nacional que tocaba la banda. Carmen (5 años), muy filósofa ella, me mira y me dice "Mal día para fiestas ¿eh?".
