Después de unos meses de septiembre y octubre preocupantes y alterados aprovechamos el "puente" de la Almudena para hacer una escapada a Conil que siempre relaja y divierte.
Alquilé un apartamento "ensima el Atlántico", como me dijo el propietario, y a un precio estupendo.
Aquí la prueba.
Sólo una cosa nos falló y es que mi amigo Juan (su tasca es la primera visita obligada) estaba malillo y no pudimos darnos el primer homenaje de montadito de chicharrones o de un buen jamón ibérico.
Perdido ese norte y como ahora los pueblos y ciudades cambian a un ritmo vertiginoso, le preguntamos al de la casa por algún sitio para picar algo ese viernes noche. Nos envió a algunos muy modelnos de sushi, tartar, hamburguesa...😲😲😲, pues no. Finalmente nos decidimos por una taberna clásica con sus parroquianos, se llama El Portillo, está bien de tapeíto y el ambiente ese de mezcla "guiriasentado" con conileño de toda la vida que mola mucho.
El sábado amaneció un día precioso y desde casa la playa nos llamaba a voces. No para bañarse pues el viento del norte era fresquillo, pero sí para un estupendo paseo.
Los paseos por la playa, desde que el hombre es hombre, dan hambre y claro, fue inevitable tomarse un a tapita al sol.
Repuestas las "fuerzas" volvimos a caminar a la playa para llegar a la Fontanilla en donde habíamos reservado una mesa y allí hicimos un merecido homenaje al atún. Morrillo y tarantelo exquisitos.
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